Cuando llegué por primera vez a la Amazonía ecuatoriana, me hablaron de un manjar ancestral que debía probar sí o sí: el mayon. Confieso que al escuchar la palabra «gusano», mi reacción fue una mezcla de asombro y duda. Pero como todo viajero que busca vivir lo auténtico, me lancé a la experiencia.
El chontacuro, también conocido como gusano de chonta, es la larva de un escarabajo que vive en el interior de las palmas de chonta y morete. Desde tiempos ancestrales ha sido parte esencial de la dieta de las comunidades indígenas amazónicas, no solo por su sabor, sino por su alto valor nutricional.
Su historia se entrelaza con el respeto por la naturaleza: cuando la palma muere o se corta, este insecto encuentra ahí su hogar y, más tarde, su forma de alimentar a los humanos. No es criado en granjas, no hay aditivos ni procesos industriales, es naturaleza pura.
Probé el chontacuro en Maito, envuelto en hojas de bijao, como dicta la tradición. Lo cocinan lentamente sobre brasas, lo que intensifica su sabor ahumado y resalta su textura jugosa.
También lo vi preparado frito y asado en brochetas, crujiente por fuera y suave por dentro. El primer bocado fue una revelación: un sabor fuerte, ligeramente a nuez, con una textura cremosa que recuerda a la mantequilla. No es solo alimento, es una experiencia sensorial que conecta con la tierra y la historia de este territorio.
El chontacuro no solo alimenta el cuerpo, también fortalece la identidad de los pueblos amazónicos. Es un símbolo de resistencia, de sabiduría ancestral y de respeto por el entorno.
En Putumayo, probar este plato es una forma de conocer la selva desde adentro, de entender cómo las comunidades han sabido aprovechar de forma sostenible lo que la naturaleza ofrece.
¿Te atreves a probarlo?
La próxima vez que visites Puerto El Carmen o una comunidad como Sansahuari, pregunta por el chontacuro. No solo degustarás un manjar, estarás participando de una historia milenaria que aún vive en el corazón de la Amazonía ecuatoriana.